"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

martes, 30 de septiembre de 2014

Tu callejuela del romero

No sé si creerás que siempre que tengo que salgo a dar un paseo acabo en la misma calle. Y que, cuando paso por ella, todavía paso la mano por las jardineras, las únicas que tienen romero en toda la ciudad, y me la acerco a la nariz para oler ese aroma tan especial que tanto te gustaba. Y pensarás que es una tontería, pero cada vez que lo hago, se me empañan los ojos y no puedo evitar que alguna lágrima recorra mi cara. Pero con una sonrisa, tal y como te lo prometí.

Sé que ya ha pasado tiempo, pero todavía me cuesta. Me he acostumbrado ya a tener una cama de dos metros solo para mí, a preparar la cafetera solo para uno y a no preparar esas galletas que tanto te gustaban. A esas cosas tan cotidianas ya me he acostumbrado... Al fin y al cabo a todo eso me he tenido que enfrentar todos los días.

Lo que me supera son los detalles. Tu canción favorita, tu serie favorita, tu película favorita... Tu olor favorito. Esas cosas que me hacían y me hacen pensar en ti.

Y bueno, aquí estoy, en tu callejuela del romero, con la mano llena de agujas verdes y los ojos vidriosos, pero sonriendo como una tonta. Porque aunque duela, estos detalles es lo único que me queda de ti. Porque aunque duela, esta es la única manera que tengo de permitirme recordarte después de tu muerte... Porque aunque duela, esta es la única manera que tengo de ser totalmente feliz por un instante.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día salí a hacer compras. Llevaba la lista de la compra pensada desde hace días. Me movía entre las estanterías rápido, aun teniendo tiempo de sobre. Cogía y tachaba de la lista, chocolate, lechuga, fresas, limones... Tenía tiempo de sobra, pero ese día tenia que salir todo perfecto. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día me pase la tarde cocinando. Lo hacía realmente contento y animado, solo pensando en lo mucho que disfrutaríamos comiendo esa cena. Removía el chocolate mientras se derretía al baño María, preparaba la ensalada que a ti tanto te gusta, preparaba el pescado para hornearlo el tiempo justo... Fluía rápido por la cocina, nunca me había sentido así. Solo pensaba en ti. Solo pensaba en lo perfecto que tenía que salir todo ese día. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día preparé la mesa intentando controlar todos los pequeños detalles. Estuve preparando un centro de mesa con tus flores favoritas, y busqué la combinación de colores que más te pudiera gustar para la mantelería y colocando cada plato en su sitio. Cogí la botella del mejor vino que encontré y la abrí para que se oxigenara. Solo pensaba en las muchas sensaciones que viviríamos juntos en esa mesa. En cogerte de la mano mientras vieras la sorpresa que te había preparado el día de nuestro primer aniversario de boda. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día, al tenerlo todo preparado, me di una ducha y me vestí con el mejor traje que tenía. Me preparé como si fuera a recibir a una reina, a mi reina. Cogí entre mis manos una rosa blanca, tu favorita, y me senté a esperar. Miré el reloj. Estabas a punto de llegar. Aunque ese día no lo harías. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día miraba el reloj cada dos minutos. Me empecé a poner nervioso... No podía esperar a disfrutarlo contigo. Pero ese día recibí una llamada. El timbre del teléfono inundó toda la casa, llenándola de algo que no me gustaba. Cogí deprisa... Y salí corriendo. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día llegué corriendo al hospital y te vi tumbada en una camilla con los ojos cerrados y llena de tubos. Ese día tuve que aguantar el discurso de un médico sobre lo grave que estabas tras un accidente de coche. Ese día pasé toda la noche agarrando tu mano hasta que algo empezó a pitar. Llegaron miles de enfermeros y médicos con cara de preocupación y me echaron de la sala. Ese día solo era un tonto con un traje impoluto, la cara desfigurada y la mano todavía cerrada...  Como si pudiera agarrarte la mano. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Dos semanas después estaba sentado en mi cama, con los nervios a flor de piel y mirando al suelo. Entonces sonó la puerta de mi casa y entraste. No había una gran cena esperando. No había una gran mesa cuidada hasta el detalle. Solo estábamos tú y yo, en medio del silencio. Entonces levantaste el brazo enseñando una bolsa con comida para llevar y me dijiste: "Feliz aniversario, cariño". Me di cuenta de por qué habías tardado tanto. Y me di cuenta de que era realmente feliz de poder cogerte de la mano otra vez. Ese día... El día en el que me di cuenta de lo mucho que te necesitaba.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Yo soy aquel...

Yo soy aquel niño que jugaba a sentarse en el lugar del piloto del coche. Al que le gustaba tocar los botones, pisar los pedales, cambiar las marchas y tocar la bocina. El que soñaba con tener su coche y viajar lejos, a muchos kilómetros por hora, todo el día montado en su coche. Yo soy aquel chaval de doce años que soñaba con tener mi propio coche. Aquel con el que iría a mil viajes con mis amigos y la música a tope. Aquel con el que iría a lo alto de una montaña con mi novia para ver el atardecer y las estrellas cogidos de la mano. Yo soy aquel joven de dieciocho al que ahora mismo le aterra pensar en coger el coche para hacer las prácticas. Aquel que no puede evitar ponerse nervioso al pensar en el día de su futuro examen. Aquel al que conducir ya no le parece un juego de niños.

Yo soy aquel niño que soñaba con vivir en su propia casa. La casa donde podría acostarme tarde después de ver la tele. La casa donde podría tener el perro que tanto esperaba y donde mis amigos no se tendrían que volver a la hora de cenar. Yo soy aquel chaval de doce que no podía esperar a tener su propia casa después de discutir con sus padres. La casa donde podría ser libre y donde podría hacer lo que me da la gana. Yo soy aquel joven de dieciocho que no puede imaginarse ahora mismo haciendo todo lo que se necesita para poder llevar una casa. Aquel que no se ve capaz de autogestionarse y conseguir seguir por su cuenta. Aquel al que vivir solo no le parece un juego de niños.

Yo soy aquel niño que esperaba salir del colegio en el que estaba desde los tres años. Aquel que soñaba con ir a la universidad y estudiar lo que más me gusta. Aquel que no podía esperar a ponerse a trabajar. Yo soy aquel chaval de doce que se maravillaba al ver películas de universitarios, con el ambiente, las fiestas, la gente de un lado para otro, las clases más para mayores... Yo soy aquel joven de dieciocho que no puede creerse que haya llegado el momento de empezar la universidad. El que piensa que ojalá haya otro curso de bachillerato. El que no quiere dejar a sus amigos atrás y empezar de cero. Aquel al que empezar la universidad no le parece un juego de niños.

Yo soy aquel niño. Yo soy aquel chaval de doce. Yo soy aquel que no podía esperar a crecer y ser adulto. Yo soy aquel joven de dieciocho. Yo soy aquel que quiere aferrarse lo más posible a su yo del pasado.

Yo soy aquel joven de dieciocho que tiene que ser consciente de que el cambio ya ha empezado.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Bang, bang

La luz estaba apagada... Todo estaba en silencio. Se miró la mano y sintió el peso de aquel revólver. Miró al frente y vio una gran cristalera con el paisaje de la ciudad que nunca duerme. Nueva York. Con la mano libre coge la copa de champagne que tiene en la mesa de al lado. Le dio por reír. Alto, a carcajadas, mientras observaba la noche en esa ciudad de locos. Bebe un largo trago de la copa, casi hasta el final. En su cabeza solo puede ver imágenes borrosas, sin ningún orden ni sentido.
Repasó el plan. Llegaría su marido dentro de un poco, encendería la luz y la encontraría allí, de pie, con su vestido negro, despampanante, perfecto con la ocasión. Levantaría el revólver hasta que le apuntara y disfrutaría de cada gesto de terror que se dibujaría en su cara. Le soltaría el discurso sobre que ella se ha enterado de que le ha sido infiel, bebería de la copa, dejaría unos segundos de tensión y... Bang, bang.
Se imaginaba la escena en la cabeza una y otra vez y mentalmente repasaba su monólogo. "Mi vida está hecha de sueños rotos, afilados... Tan afilados que me duelen". Bang, bang. "Hace tiempo que noto que ya no me miras con esos ojos brillantes". Bang, bang. "Si te digo la verdad te entiendo, ahora te toca entenderme a mí". Bang, bang...
Se empiezan a escuchar el sonido de unas llaves... Ella se levanta y se pone enfrente de la puerta de entrada. Se abre la puerta y él aparece. Ella levanta el revólver con una sonrisa tan bella como siniestra, con los ojos rabiosos.
Él se queda paralizado... Su cara no muestra más que terror puro... Terror puro y... ¿Confusión? Pero ya es tarde.
"Si te digo la verdad yo te entiendo" dice ella "ahora te toca entenderme a mí". Ella bebe un trago de la copa y respira hondo, su dedo roza el gatillo. Él no dice nada, no sabe qué decir, ni siquiera sabe qué está pasando. El sudor le recorre por la espalda... Frío, helador, como presagiando lo que se acerca. Él cierra los ojos... Y se prepara para lo que venga.
Entonces ella lo hace real. Aprieta el gatillo. Bang, bang. Puede asegurar que no se arrepiente de ello. Bang, bang. Y ahora ella es más feliz que nunca. Bang... Bang.
Las serpentinas salen de la boquilla del revólver. Ella le grita a su marido " Feliz aniversario, cariño" y corre a abrazarle. Y entonces él se da cuenta. Se da cuenta de que con ella todo es especial... Y que, aunque ahora mismo casi ni puede respirar del susto, ella es lo mejor que le ha pasado en la vida. Bang, bang.